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Vida Catòlica junio 14, 2024

La Pobreza Eucarística de Jesús

La Pobreza Eucarística de Jesús es la quinta y última virtud de esta serie. Pocas personas buscan la pobreza voluntariamente. En la cultura consumista y de prosperidad del Evangelio actual, la pobreza tiene una connotación negativa. Sin embargo, Jesús muestra lo contrario: la pobreza es la puerta de entrada a las riquezas del Cielo. Si queremos ser pobres en espíritu y ricos en virtudes, debemos estudiar la Pobreza Eucarística de Jesús y consumirlo frecuentemente. San Pedro Julián Eymard, “el Apóstol de la Eucaristía”, como proclamaron varios papas, nos recuerda cuán preciosa es la virtud de la pobreza con estas palabras:

«En todo lo que hizo y procuró para sí mismo, buscó lo más pobre. Mírenlo durante su vida apostólica. Continuó usando ropa de trabajo y vivió como los pobres. Se arrodillaba en el suelo desnudo para orar. Apenas comía pan, el pan de los pobres. Vivía de la caridad. Viajaba como los pobres y, como ellos, experimentaba hambre y sed sin poder satisfacerla a su antojo. Su pobreza lo hacía despreciable a los ojos de los ricos y poderosos; a pesar de eso, no dudaba en decirles: Vae vobis divitibus! “¡Ay de vosotros, oh ricos de la tierra!”

Escogió discípulos pobres como Él, y les prohibió tener dos túnicas, provisiones para el futuro, dinero o un bastón para defenderse. Murió abandonado y despojado incluso de sus pobres vestiduras. Fue enterrado en una mortaja prestada y colocado en un sepulcro ofrecido por la caridad de amigos. Incluso después de su Resurrección, apareció a sus Apóstoles con los atributos de la pobreza.

Finalmente, en el Santísimo Sacramento, su amor por la pobreza lo lleva a velar la gloria de su divinidad y el esplendor de su humanidad glorificada. Se priva en él de toda libertad y de acción exterior, así como de toda propiedad, para ser aún más pobre y no tener nada que pueda llamar suyo. De alguna manera, está en la eucaristía como en el seno de su santa Madre, envuelto en las Especies Sagradas y oculto bajo ellas, esperando de la caridad del hombre la materia de su Sacramento y los artículos necesarios para el culto.»

Los fariseos y saduceos esperaban que el Mesías fuera un gobernante poderoso y político. Nuestro Señor vino a poner su mundo y el nuestro patas arriba. El amor de nuestro Señor por la pobreza se manifestó a lo largo de su vida y perdura hasta el fin del mundo en la Sagrada Eucaristía. Cada vez que contemplamos la Sagrada Hostia, debemos estar convencidos de que el Dios del Universo prefiere la pobreza de nuestros corazones a su Trono Divino. La pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué nuestro Señor está tan enamorado de la pobreza? San Pedro Julián Eymard aborda esto bellamente con las siguientes palabras:

«En primer lugar, porque como hijo de Adán había adoptado el estado de nuestra naturaleza exiliada, que había sido despojada de sus derechos sobre las criaturas inferiores: en segundo lugar, porque quería santificar con su pobreza todos los actos de pobreza que se realizarán en su Iglesia. Se hizo pobre para que, a través de su desinterés por las posesiones terrenales, pudiera desprendernos de ellas y darnos las riquezas del cielo. Se hizo pobre para que la pobreza, que es nuestra condición, nuestra penitencia y nuestro medio de reparación, a través de Él se volviera honorable, deseable y amable. Se hizo pobre para mostrarnos y probarnos su amor. Permanece pobre en el Sacramento, a pesar de su estado glorificado, para ser siempre nuestro modelo vivo y visible.»

Nuestro Señor vino a identificarse con nosotros, pecadores, y a mostrarnos el camino hacia el Padre. Mientras muchos buscan amasar riquezas en este mundo pasajero, nuestro Señor Eucarístico nos recuerda que Él es nuestro mayor tesoro que nunca perece. Es asombroso que Jesús se hiciera pobre en la Sagrada Eucaristía, para poder otorgar todas sus virtudes y gracias a quien esté debidamente dispuesto. Cuanto más tiempo pasemos contemplando la Sagrada Eucaristía y recibiéndola dignamente, menos nos preocuparemos por las riquezas terrenales. Con la gracia de Dios, podemos desprendernos lentamente de la búsqueda de tesoros terrenales: dinero, posesiones y estatus. En cambio, debemos enfocarnos únicamente en el único tesoro duradero, la Sagrada Eucaristía, «porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo 6:21). Si nuestros corazones buscan algo que no sea Dios, serán engañados y abatidos. Pero si buscan solo a nuestro Señor Eucarístico, encontrarán serenidad en medio de las cambiantes estaciones y sufrimientos de la vida.

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