¿De dónde viene tu autoconocimiento?

Durante mis años de formación en el seminario, un sacerdote y teólogo muy querido por todos dejó el ministerio debido a un escándalo que impactó profundamente a la comunidad. Su partida generó confusión y desánimo entre nosotros, sus alumnos. Recuerdo que alguien comentó en tono irónico: “Sabía mucho de teología y Escritura, pero quizás no se conocía realmente a sí mismo”.
Aquella frase se quedó grabada en mi corazón como un recordatorio de cuán esencial es el autoconocimiento en la vida espiritual y en cualquier vocación. No podemos entregarnos plenamente a una misión si no tenemos claridad sobre quiénes somos. Nuestra perseverancia en la vocación depende, en gran medida, de reconocer nuestras fortalezas y debilidades, aceptar nuestras luchas y victorias, y comprender nuestras emociones, tanto las que nos impulsan como las que nos frenan.
El profeta Isaías tuvo una visión de la gloria de Dios y, en lugar de considerarse digno de estar entre los serafines que adoraban al Señor, reconoció su indignidad:
«¡Ay de mí! ¡Estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!» (Is 6,5).
Sólo después de esta confesión de humildad, Dios lo purifica y lo envía en misión: “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8).
De manera similar, cuando Pedro experimentó la pesca milagrosa, no se dejó llevar por la emoción del milagro, sino que, conmovido, reconoció su propia fragilidad: “Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5,8). Jesús, en lugar de rechazarlo, lo llamó con amor: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5,10).
El autoconocimiento es clave para nuestra fidelidad y perseverancia en cualquier llamado. Pero, ¿cómo podemos conocernos mejor?
Tres caminos esenciales para el autoconocimiento:
1️⃣ Fijar nuestra mirada en Cristo.
El Concilio Vaticano II nos enseña: “Cristo revela plenamente el hombre al hombre mismo y le manifiesta su vocación suprema” (Gaudium et Spes, 22). No podemos conocer nuestra identidad basándonos en la opinión de los demás o en la simple introspección, sino en la luz de Cristo. San Pablo, por ejemplo, comprendió su identidad mirando a Jesús: sabía que era pecador (“No soy digno de ser llamado apóstol”), pero también sabía que era amado y sostenido por la gracia (“Por la gracia de Dios soy lo que soy”) (1 Cor 15,9-10).
2️⃣ Reflexionar sobre nuestra actitud en el sufrimiento.
El sufrimiento nos revela quiénes somos realmente. Cuando todo va bien, es fácil tener una imagen distorsionada de nosotros mismos. Pero en los momentos difíciles, nuestras debilidades quedan al descubierto. En esas pruebas, si las vivimos en unión con Cristo, podemos ver con mayor claridad nuestras limitaciones y nuestra necesidad de la gracia.
3️⃣ Abrazar con fidelidad nuestra vocación.
La vocación nos ayuda a conocernos mejor. Cuanto más nos entregamos al plan de Dios, más descubrimos nuestra identidad en Él. Cuando resistimos su voluntad, en cambio, nos invaden la confusión y la falta de claridad.
Cada vez que nos acerquemos a la Eucaristía, pidamos la gracia de conocernos a nosotros mismos a la luz de Cristo. Solo Él nos revela nuestra verdadera identidad y nos capacita para vivir con plenitud la misión a la que hemos sido llamados.
Etiquetas
Secciones
Más Leídos

Nuestra Señora de Cuapa, 8 mayo de 1980

Novena de la Inmaculada Concepción de María

10 versículos de la Biblia para conquistar el desánimo espiritual

NOVENA A LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN

Oración a Nuestra Señora de La Merced
Feria de Cuaresma
Miqueas 7:14-15, 18-20
14Apacienta tu pueblo con tu cayado, el rebaño de tu heredad, que mora solitario en...
Salmo 103:1-4, 9-12
1De David. Bendice a Yahveh, alma mía, del fondo de mi ser, su santo nombre, 2bendice...
Lucas 15:1-3, 11-32
1Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, 2y los fariseos y...