Novena a San Juan Bosco
Hoy iniciamos la novena a San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, cuya fiesta la celebraremos el próximo martes 31 de enero.
Para ir preparándonos espiritualmente a la celebración, les proponemos la siguiente novena:
NOVENA A SAN JUAN BOSCO
Novena a San Juan Bosco: PRIMER DÍA
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración inicial
Te damos gracias, Señor, por Juan Bosco. Le diste un corazón lleno de amor y tan dilatado como las orillas de los mares. En él, millares de hombres y mujeres han podido descubrir que eres tú, Dios del amor, el que estás presente como origen, fuente y meta de todo.
Te damos gracias, Señor, porque has visitado a tu Iglesia con hombres santos como Juan Bosco. Él ha encendido una llama y otros la conservan prendida, para que en el mundo los jóvenes y los niños vean y sientan tu presencia de Dios cercano, de Dios amigo.
Te damos gracias, Señor, por Juan Bosco, padre y maestro de la juventud, profeta de la educación en los tiempos nuevos, amigo entrañable de los jóvenes, que decía: «Me basta que seáis jóvenes para que os quiera». Bastan testigos así para que muchos creamos que Tú eres el Dios del amor. Amén.
Oración para el primer día
¡Oh Don Bosco Santo! Por el amor ardiente que tuviste a Jesús Sacramentado y por el celo con que propagaste su culto, sobre todo con la asistencia a la Santa Misa, con la Comunión frecuente y con la visita cotidiana; alcánzanos la gracia de crecer cada vez más en el amor y práctica de tan santas devociones, y de terminar nuestros días fortalecidos y confortados por el celestial alimento de la Divina Eucaristía. Amén.
Oración para obtener una gracia
Oh Don Bosco Santo, cuando estabas en esta tierra no había nadie que acudiendo a ti, no fuera, por ti mismo, benignamente recibido, consolado y ayudado. Ahora en el cielo, donde la caridad se perfecciona ¡Cuánto debe arder tu gran corazón en amor hacia los necesitados! Mira, pues, mis presentes necesidades y ayúdame obteniéndome del Señor… (Pídase la gracia).
También tú has experimentado durante la vida las privaciones, las enfermedades, las contradicciones, la incertidumbre del porvenir, las ingratitudes, las afrentas, las calumnias, las persecuciones y sabes qué cosa es sufrir.
Por eso, oh Don Bosco Santo, vuelve hacia mí tu bondadosa mirada y obtenme del Señor cuanto te pido, si es ventajoso para mi alma; o si no, alcánzame alguna otra gracia que me sea aún más útil, y una conformidad filial a la divina voluntad en todas las cosas, al mismo tiempo que una vida virtuosa y una santa muerte. Amén.
Se reza un Padrenuestro, Avemaría, Dios te Salve y Gloria.
Oración a Don Bosco
Padre y Maestro de la juventud,
San Juan Bosco,
que, dócil a los dones del Espíritu
y abierto a las realidades de tu tiempo
fuiste para los jóvenes, sobre todo
para los pequeños y los pobres,
signo del amor y de la predilección de Dios.
Se nuestro guía en el camino
de amistad con el Señor Jesús,
de modo que descubramos en Él y en su Evangelio
el sentido de nuestra vida
y la fuente de la verdadera felicidad.
Ayúdanos a responder con generosidad
a la vocación que hemos recibido de Dios,
para ser en la vida cotidiana
constructores de comunión,
y colaborar con entusiasmo,
en comunión con toda la Iglesia,
en la edificación de la civilización del amor.
Obtennos la gracia de la perseverancia
al vivir una cota alta de vida cristiana,
según el espíritu de las bienaventuranzas;
y haz que, guiados por María Auxiliadora,
podamos encontrarnos un día contigo
en la gran familia del cielo. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Fuente: ACI Prensa
Novena a San Juan Bosco: SEGUNDO DÍA
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo.
Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defesora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Segundo
Consideración: La juventud de San Juan Bosco
A los 11 años Juanito Bosco tuvo que irse de su hogar porque su hermanastro Antonio le tenía una gran antipatía y lo golpeaba. El niño tuvo que emplearse de obrero en una finca, cuidando animales y labrando terrenos durante 2 años, al final de los cuales un tío suyo vino y lo devolvió otra vez a su familia y se propuso costearle los estudios de primaria, que pudo empezar a los 13 años.
Para ir de su casa a la escuela tenía que andar 80 cuadras a pie, por entre caminos llenos de calor y polvo en verano, o llenos de lodo frío o nieve en invierno. Andaba descalzo para no gastar su único par de zapatos, que se ponía al llegar al pueblo. Al fin un sastre que era músico y cantor, al verlo hacer todos los días tan largo recorrido y sintiendo que el joven tosía mucho a causa de los viajes en medio de aguaceros y tempestades, le concedió que durmiera en su casa debajo de una escalera y le ofreció un plato de sopa cada medio día a cambio de que Juanito le ayudara en los tiempos libres en su taller.
Así el joven aprendió el arte de la sastrería y también la música, que le iban a servir mucho cuando fundara más tarde, talleres para enseñar a niños pobres. Juan hizo los cinco cursos de primaria en sólo dos años, y a los 15 empezó su bachillerato. Sus estudios le costaron muchos sacrificios, pero se di cuenta de lo importante que es proporcionar faciliades de estudio a los niños pobres, y luego durante toda su vida fue ese su gran ideal: hacer que los niños más desamparados pudieran encontrar facilidades para estudiar y prepararse bien para la vida. Y ahora desde el cielo sigue concediendo muchos favores a quienes le piden ayuda para conseguir estudio para los hijos.
Ejemplo: El primer gran consejo de la mamá. Y el segundo sueño.
El día en que se separó de mamá Margarita para irse al colegio, la buena mujer le dio un consejo que ya nunca se le iba a olvidar: “El día que tú naciste, yo te consagré a nuestra Señora. Cuando empezaste tus estudios te recomendé mucho la devoción a la Madre Celestial. Ahora te vuelvo a recomendar que seas siempre un fiel devoto de María Santísima. Ama a los compañeros que sean devotos de la Santísima Virgen; y si llegas a ser sacerdote recomienda y propaga siempre la devoción a la Madre de Dios”.
Los primeros años de estudio los compañeros de Juan lo veían preocupado y serio.
-¿Qué te pasa Bosco que estás como muy preocupado?,- le dijo un amigo llamado José Turco.
-Mira es que deseo estudiar y llegar a ser sacerdote, pero no veo como lograrloo porque mi mamá es sumamente pobre y no tengo quien me ayude para entrar en el seminario. Ni siquiera tengo dinero para los libros. No sé como llegaré a lo que más deseo, que es ser sacerdote.
Pero un día la familia vio que el joven Bosco estaba alegrísimo, como quien ha recibido la más bella noticia.
-¿Qué te pasa Juanito, que estás tan contento en este día?- le preguntó el padre de la familia Turco.
-Ah, es que he recibido una agradabilísima noticia. En un sueño la Santísima Virgen me prometió darme toda la ayuda necesaria para que yo logre llegar a ser sacerdote y educador.
-Pero esto no es sino un sueño- le dijo el señor Turco- y del dicho al hecho hay un gran trecho.
-Sí, sí- respondió Juanito- Pero con la ayuda de la Virgen María yo lo podré todo. Seré sacerdote. Guiaré a tantos y tantos jóvenes y les haré tanto bien -y sus ojos brillaban de alegría.
Invitado por la familia amiga, se sentó en el suelo en medio de todos esos buenos amigos y les narró el Sueño Profético que había tenido.
“Vi que venía hacia mí una bellísima Señora al frente de un numerosísimo rebaño, y acercándose y llamándome por mi nombre me dijo: ‘Juanito, todo este rebaño te lo dejo a tus cuidado’.
Pero yo le respondí: ‘Señora, ¿Cómo haré para conseguir pastos para tantas ovejas y corderos? ¿Cómo lograré guiarlos y defenderlos?.
La Señora me respondió: ‘No temas. Yo estaré a tu lado y te ayudaré’. Y desapareció”.
En adelante nadie vio preocupado al joven Bosco. Aunque la pobreza lo acorralaba, aunque los desprecios lo herían y a veces parecía que todo le faltaba (la pobreza lo acompañó hasta la muerte) nunca nadie lo vio triste o preocupado. Él recordaba la frase de Nuestra Señora en su segundo sueño: “Yo estaré a tu lado y te ayudaré”. Y se cumplió a la letra.
Más de 800 milagros hizo en vida Don Bosco al rezar con fe a María Auxiliadora, y con su ayuda llevó a cabo obras portentosas con medios económicos que no presentaban ninguna probabilidad de triunfo. Él repetía siempre: Si tenéis fe en María Auxiliadora veréis lo que son los milagros”.
Práctica
Ayudaré a un pobre o haré un favor a alguna persona.
Gozos
Santo que nunca desoyes a quien confiado te implora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Enséñanos la humildad con que ascendiste a esa altura donde hoy tu gloria fulgura en eterna claridad; y prodiga con ternura al que sufre y al que llora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Deslumbraste de belleza, blanco lirio inmaculado la Iglesia te ha proclamado por tu angélica pureza, de la inocencia dechado, de castidad bella aurora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
El trabajo y la oración fueron tu gloria y anhelo, siempre pensando en el cielo, donde estaba tu corazón. Torna de nuestra alma el hielo en hoguera abrasadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Dadme almas! era el clamor de tu celo prodigioso, el salvarlas fue tu gozo y llevarlas al Señor, ese era el fin poderoso de tu obra redentora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Suave apóstol de los niños, protector de su inocencia. En la tierna adolescencia colocaste tus cariños. Y cuan brillante la excelencia de tu obra educadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Lleno de firme confianza en el auxilio divino, proseguiste tu camino en Dios puesta la esperanza. Y Él siempre en tu ayuda vino con su mano protectora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De la Virgen bajo el faro colocaste tus labores; por ti, ella da sus favores y es de los hombres amparo. Envía al mundo los fulgores de esa luz consoladora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De tu obra el fundamento fue la Santa Eucaristía, pues tu alma unida vivía al Divino Sacramento. Jesús Hostia te infundía esa constancia creadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Oh Apóstol! ¡Oh Padre! ¡Oh Santo!, atiéndenos bondadoso, cambia nuestro llanto en gozo, tú que ante Dios puedes tanto, y en ti halle amparo amoroso la humanidad pecadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Se reza un Padrenuestro, Avemaría, Dios te Salve y Gloria.
Novena a San Juan Bosco: TERCER DÍA
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Tercero
Consideración: Juan Bosco seminarista
Los años de bachillerato fueron para el joven Bosco de gran pobreza y esfuerzo: para poder conseguir la alimentación tuvo que dedicarse un año a lavar platos, fregar pisos, hacer mandados y barrer en una familia, y además repetirle las lecciones a un joven de esa casa que era muy desaplicado y que pronto se convirtió en un excelente estudiante. Al año siguiente en las horas libres, tuvo que trabajar en un taller de mecánica, para conseguir lo necesario para sus estudios. En el tercer año hizo de mesero en un restaurante y aprendió muy bien el arte de cocinar. Todo esto le iba a servir muchísimo para cuando unos años después fundara sus obras educativas.
Mientras tanto con sus compañeros de estudio, entre los cuales tenía un ascendiente inmenso, por su simpatía y su vida ejemplar, fundó una asociación llamada “La Sociedad de la Alegría”, en la cual los socios se comprometían a ayudarse unos a otros y a dar siempre un buen ejemplo a los demás. Y así llegó al término de su bachillerato.
Como era totalmente pobre, su amigo el Padre José Caffaso le consiguió media beca en el Seminario, y el resto de la pensión la pagaba Juan haciendo de sacristán, remendador de zapatos y peluquero de los seminaristas. Como siempre obtenía el primer puesto en los estudios, le fue concedida la beca completa los años siguientes, y así llegó al sacerdocio el 5 de junio de 1841. La gracia especial que le pidió a Dios el día feliz de su sacerdocio (y que siguió pidiendo toda la vida) fue la eficacia de la palabra, o sea que sus palabras fueran aceptadas por los demás con gusto y con verdadero provecho para las almas. Y lo obtuvo de manera tan maravillosa que sus sermones y sus escritos produjeron y siguen produciendo siempre los más admirables efectos de conversión en los espíritus.
Ejemplo: 1841. En la fiesta de la Inmaculada empezó San Juan Bosco su obra, de una manera que no lo había imaginado.
El Papa Pío Nono ordenó a Don Bosco que escribiera todo lo bueno que recordara de su vida, y el santo obedeció. He aquí como narra en su autobiografía el bello comienzo de su inmensa obra educativa.
“El día solemne de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1841, estaba revistiéndome para celebrar la Santa Misa. El sacristán, viendo a un jovencito en un rincón de la sacristía, lo llamó para que me ayudara a la Misa.
– No sé- respondió mortificado.
-Venga rápido -replicó el otro.
-Quiero que ayude a la Misa.
-No sé- contestó el jovencito- Nunca he ayudado a Misa.
-Animal que eres- dijo el sacristán todo furioso- si no sabes ayudar a Misa para qué vienes a la sacristía.
Y tomando un palo que tenía un limpia polvo, llenó de golpes en la espalda y en la cabeza al pobre jovencito. El muchacho logró zafársele y abriendo la puerta salió huyendo.
-¿Qué haces?- le grité con voz muy fuerte- ¿por qué lo golpeas? ¿qué ha hecho?
-Porque viene a la sacristía y no sabe ayudar a Misa.
-¡Has hecho muy mal con eso!
-¿Y qué importa?
-Importa mucho porque es un amigo mío. Llámalo inmediatamente porque necesito hablar con él.
El sacristán salió corriendo, y a grito lo llamó; le prometió tratarlo muy bien y lo trajo a donde yo estaba. El joven se acercó tembloroso y con lágrimas por los golpes recibidos.
-¿Has oído la Misa?- le dije amablemente.
-No
-Ven y la escuchas. Después tengo que decirte una cosa que te agradará mucho- me lo prometió. Mi intención era suavizar la pena de aquel pobrecito y no dejarlo con la mala impresión de aquel maltrato.
Apenas terminé de celebrar la Misa, con rostro muy alegre llamé al joven, le aseguré que no habría ningún peligro de que lo volvieran a golpear, y empecé a interrogarlo:
-Mi buen amigo, ¿Cómo te llamas?
-Bartolomé Garelli
-¿De qué pueblo eres?
-De Asti
-¿Vive tu padre?
-No. Mi padre murió
-¿Y tu mamá?
-Mi mamá también murió
-¿Cuántos años tienes?
-Dieciséis
-¿Sabe leer o escribir?
-No. No sé nada de eso
-¿Ya hiciste la Primera Comunión?
-Todavía no
-¿Vas al Catecismo?
-No me atrevo
-¿Por qué no te atreves?
-Porque los demás compañeros, más pequeños que ya saben el catecismo y yo tan grande no sé nada. Por eso me da vergüenza ir a clase.
-Y si yo te doy las clases de catecismo por aparte, ¿vendrías a escucharlas?
-Con mucho gusto, con tal que no venga ese señor a darme bastonazos.
-Puedes estar tranquilo. Tú serás mi amigo y conmigo tendrás que entenderte y con nadie más. ¿Cuándo quieres que empecemos las clases de catecismo?
-Cuando usted quiera
-¿Te parece bien ahora mismo?
-Sí, ahora mismo con todo gusto
Don Bosco se arrodilló y con todo el fervor rezo un Avemaría para que la Madre de Dios le concediera la gracia de salvar aquella alma. Esta Avemaría rezada con toda el alma fue fecunda en grandes éxitos espirituales. Se levantó e hizo la señal de la cruz para empezar, pero su alumno no lo imitó porque no la sabía hacer. Por aquella primera vez Don Bosco le enseñó la Señal de la Cruz y le explicó como Dios es creador de todas las cosas, y para qué fines nos ha creado a nosotros.
Después de media hora de clase, le regaló una medalla de la Virgen, y le hizo prometer que vendría el próximo domingo ya no sólo sino con otros amigos y lo despidió con toda amabilidad. Garelli, este pobre huérfano analfabeto (que el próximo domingo regresó con varios amigos a la clase de catecismo de Don Bosco) fue así el inicio de la más grande obra educativa de los últimos tiempos.
Con un Avemaría fervorosamente rezada empezó Don Bosco su obra educadora que se ha convertido ahora en una inmensa asociación de 1200 colegios masculinos y 13000 colegios femeninos en 75 países del mundo.
Más tarde, recordando los efectos de esta primera Avemaría exclamaba: “Oh aquella Avemaría que con tanta fe recité al empezar mi primera clase de catecismo: cuántos buenos frutos ha producido. Nunca me imaginaba que la Virgen Santísima nos fuera a ayudar tanto”.
Práctica
Hablaré de Dios y de la religión, con alguna persona, o prestaré algún libro religioso.
Gozos
Santo que nunca desoyes a quien confiado te implora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Enséñanos la humildad con que ascendiste a esa altura donde hoy tu gloria fulgura en eterna claridad; y prodiga con ternura al que sufre y al que llora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Deslumbraste de belleza, blanco lirio inmaculado la Iglesia te ha proclamado por tu angélica pureza, de la inocencia dechado, de castidad bella aurora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
El trabajo y la oración fueron tu gloria y anhelo, siempre pensando en el cielo, donde estaba tu corazón. Torna de nuestra alma el hielo en hoguera abrasadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Dadme almas! era el clamor de tu celo prodigioso, el salvarlas fue tu gozo y llevarlas al Señor, ese era el fin poderoso de tu obra redentora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Suave apóstol de los niños, protector de su inocencia. En la tierna adolescencia colocaste tus cariños. Y cuan brillante la excelencia de tu obra educadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Lleno de firme confianza en el auxilio divino, proseguiste tu camino en Dios puesta la esperanza. Y Él siempre en tu ayuda vino con su mano protectora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De la Virgen bajo el faro colocaste tus labores; por ti, ella da sus favores y es de los hombres amparo. Envía al mundo los fulgores de esa luz consoladora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De tu obra el fundamento fue la Santa Eucaristía, pues tu alma unida vivía al Divino Sacramento. Jesús Hostia te infundía esa constancia creadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Oh Apóstol! ¡Oh Padre! ¡Oh Santo!, atiéndenos bondadoso, cambia nuestro llanto en gozo, tú que ante Dios puedes tanto, y en ti halle amparo amoroso la humanidad pecadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Se reza un Padrenuestro, Avemaría, Dios te Salve y Gloria.
Novena a San Juan Bosco: CUARTO DÍA
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Cuarto
Consideración: Como era una mañana en la vida de San Juan Bosco en 1877
A las cuatro y media de la mañana, una ventana se ilumina en el segundo piso, mientras el resto del lugar permanece a oscuras. Juan Bosco ya se encuentra despierto. Desde el año que se ordenó de sacerdote, hizo este propósito: “solamente descansaré cinco horas cada noche”. Y lo ha cumplido exactamente.
Gracias a la brevedad de su sueño y a su inmensa capacidad de trabajo, ha trabajado más de dieciséis horas cada día para el Reino de Dios. Ha escrito más de cien obras y ha llenado el mundo con obras buenas a favor de los pobres. Él sabe que nadie ha llegado al éxito trabajando sólo ocho horas diarias. Él trabaja las ocho horas pero multiplicándolas por dos y añadiendo otras dos o más. Y así lleva casi medio siglo desgastándose por Cristo y por la Iglesia.
Son las cinco. Don Bosco reza. Desde hace varios años el Papa lo dispensó del breviario porque ha perdido ya un ojo y el otro le arde mucho. El Pontífice le ha dicho: “Únete de alguna otra manera a la Iglesia orante”. Y eso es lo que hace: arrodillado, con las manos juntas, los ojos cerrados, inmóvil, entregado a Dios. Le da gracias. Pide perdón para sí y para otros, Y ruega por las necesidades propias y por la de tantas personas que le han pedido un recuerdo en la oración. Está acumulando energías en su alma para verterlas después en las personas que vengan en busca de luz o de consuelo. Durante una hora o más permanece así, entregado al amor de Dios y de su Santísima Madre. La oración mueve a la acción.
Un poco después de las seis ya está en su mesa de trabajo. Traza programas de acción para sus salesianos, redacta nuevos proyectos de obras apostólicas para enviar a la Santa Sede, corrige los borradores de nuevos libros que va a publicar, prepara sermones que tiene que predicar, escribe ideas luminosas…
Las siete y media. Los alumnos se dirigen a la Iglesia. Don Bosco los precede para esperarlos en el confesionario. Ha confesado día tras día durante muchos años. El día de su Primera Misa pidió al Señor que le diera la eficacia de la palabra, y Dios le concedió su petición. Es difícil que alguno de los penitentes permanezcan insensibles ante sus consejos. Un reclinatorio a cada lado.
Don Bosco en el medio, y la frente del penitente sobre los hombros del santo. Cada mañana son unos cincuenta los que se confiesan, excepto en las vísperas de fiestas que son varios centenares. Terminada la confesión de los muchachos, Don Bosco se prepara unos minutos y luego celebra la Santa Misa. La dice con fervor, sin demasiada lentitud pero pronunciando muy bien las palabras y haciendo cuidadosamente las ceremonias. El mundo entero desaparece para él, y sólo le interesa hablar con Dios que desciende al altar en forma de Hostia y de Vino. La gente nota la extraordinaria piedad con la que celebra. A veces llora de emoción.
–¿Quién es ese sacerdote que celebra tan bien la misa? –preguntan las personas que no lo conocen- ¡debe ser un santo!.
Cuando termina su misa ya son cerca de las nueve. Los alumnos están ya en pleno recreo. Tan pronto aparece en el patio corren hacia él. Todos desean el lugar más próximo al Padre. Le besan la mano en señal de cariño y escuchan con gran atención lo que les dice. Lentamente atraviesa el patio. Él va diciendo a cada uno una palabrita cariñosa. Un pedacito de pan, un poco de achicoria, algo que parece café, pero fuera del nombre no tiene casi nada más, y Don Bosco queda preparado para seguir trabajando toda la mañana.
Son las nueve y cuarto. Don Bosco se dirige a su Oficina. Qué cantidad de gente que lo está aguardando para hablar con él.: ahora empieza el suplicio de las audiencias. La prensa habla de sus milagros, de sus visiones, de su especial santidad. Don Bosco sufre mucho estando sentado. Le duelen mucho las piernas y la espalda. Pero a nadie le demuestra que sufre. Día tras día desfila la gente.
Treinta o más personas cada mañana vienen a consultarles sus problemas, a solicitar consejo, a exponerle sus dudas, a pedir un milagro. Una madre que tiene el hogar destruido. Un hombre que no es capaz de dominar sus vicios, un joven que no sabe que carrera seguir, una pobre familia con un enfermo incurable, un desesperado al borde del suicidio, un escrupuloso atormentado por sus dudas, un sacerdote que le pide que vaya a su pueblo a predicar, un acreedor que le viene a recordar que le debe todo lo que los alumnos le han comido por un mes, etc. , etc.
San Juan Bosco (10)“Don Bosco” -Le dicen sus amigos- ¿Por qué no disminuye el número de las audiencias? Usted se está agotando más de lo debido”.
–Pobres– exclama- no puedo decidirme a abreviar sus conversaciones. ¡Llegan de tan lejos! ¡Son tan desdichados! Lo único que podría hacer para que no vinieran más es fingirme loco. Pero eso no sería digno de un sacerdote. El sacerdote está para desgastarse por las almas. ¡Mientras tenga un poquito de energías esa será totalmente para nuestro Señor y para la salvación de las almas!.
Ya va a ser la una de la tarde. Los calambres atacan sus piernas. Su estómago, tan mal desayunado, reclama alimentos, su cabeza ya no da más. Pero no borra por eso la sonrisa de sus labios. Hasta el último de los visitantes es bondadosamente recibido. Llega el comedor. Ya los religiosos han salido a dirigir el recreo de los jóvenes.
El lugar que ocupaban los superiores, alrededor de Don Bosco, lo ocupan ahora un grupo de jovencitos que con cariño filial vienen espontáneamente a hacerle compañía. Ríen con sus chistes, se emocionan con sus historias y de vez en cuando reciben una palabrita especial para el alma. ¡Se les pasan tan rápido los minutos oyendo al buen Padre!. Alcanza luego estar unos minutos en el recreo viendo con alegría cómo juegan de bullangueros sus muchachos en el patio. Él siempre les repite: “Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía. El triste o es malo o está malo. Un santo triste es un triste santo“. Quizá en ningún otro colegio del mundo haya tanta alegría como en aquella casa, la primera fundada por el gran educador.
Ejemplo: Vio la Virgen pasearse por la casa
El 22 de agosto de 1886 Don Bosco fue a la casa de las Hermanas de María Auxiliadora en Nizza. Era la última visita que hacía a las religiosas salesianas. Con su voz ya muy débil les dijo que María Auxiliadora se paseaba por aquella casa ayudando y bendiciendo.
El Padre Bonetti les dijo en voz alta a las religiosas: “Don Bosco os dice que María Auxiliadora os ama inmensamente”. Pero Don Bosco corrigió: “Lo que yo he dicho es que he visto a María Auxiliadora pasearse por esta casa ayudando y bendiciendo. Que la Santísima Virgen está aquí entre vosotros”. El Padre Bonetti quiso dar otras explicaciones pero Don Bosco insistió en que la Virgen estaba allí presente y que con frecuencia visitaba personalmente la casa.
Práctica
Recordaré hoy algún favor que Dios me ha concedido para estar más alegre.
Gozos
Santo que nunca desoyes a quien confiado te implora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Enséñanos la humildad con que ascendiste a esa altura donde hoy tu gloria fulgura en eterna claridad; y prodiga con ternura al que sufre y al que llora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Deslumbraste de belleza, blanco lirio inmaculado la Iglesia te ha proclamado por tu angélica pureza, de la inocencia dechado, de castidad bella aurora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
El trabajo y la oración fueron tu gloria y anhelo, siempre pensando en el cielo, donde estaba tu corazón. Torna de nuestra alma el hielo en hoguera abrasadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Dadme almas! era el clamor de tu celo prodigioso, el salvarlas fue tu gozo y llevarlas al Señor, ese era el fin poderoso de tu obra redentora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Suave apóstol de los niños, protector de su inocencia. En la tierna adolescencia colocaste tus cariños. Y cuan brillante la excelencia de tu obra educadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Lleno de firme confianza en el auxilio divino, proseguiste tu camino en Dios puesta la esperanza. Y Él siempre en tu ayuda vino con su mano protectora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De la Virgen bajo el faro colocaste tus labores; por ti, ella da sus favores y es de los hombres amparo. Envía al mundo los fulgores de esa luz consoladora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De tu obra el fundamento fue la Santa Eucaristía, pues tu alma unida vivía al Divino Sacramento. Jesús Hostia te infundía esa constancia creadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Oh Apóstol! ¡Oh Padre! ¡Oh Santo!, atiéndenos bondadoso, cambia nuestro llanto en gozo, tú que ante Dios puedes tanto, y en ti halle amparo amoroso la humanidad pecadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Se reza un Padrenuestro, Avemaría, Dios te Salve y Gloria.
Novena a San Juan Bosco: QUINTO DÍA
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Quinto
Consideración: Como era una tarde en la vida de San Juan Bosco en 1877
¡Las dos de la tarde! La campana interrumpe la charla paterna y los jóvenes vuelven a su estudio o taller. Para Don Bosco es tiempo sagrado. Durante más de una hora no estará para nadie. Está rezando. En la casa todos los saben, y todos respetan ese apartamiento de un corazón que tiene tantas obras que encomendar a Dios, tantas almas de amigos y bienhechores por quienes rogar, tantas luces y fuerzas que implorar para poder seguir adelante con su apostolado, ¡tantas acciones de gracias que rendir al buen Dios!.
Pasadas las tres de la tarde. Sale de su habitación para irse lejos. Allí nadie lo dejará en paz por un largo rato. Y tiene varios centenares de cartas que contestar. Con un voluminoso paquete de cartas, papel y sobres, sale para casa de algún amigo, donde nadie pueda hallarlo. Allá le tienen todo preparado: Una pieza alejada donde nadie vaya a molestar. Mesa, tinta, etc. Y por varias horas estará allí contestando cartas, porque jamás deja una misiva, aún la más humilde, sin darle una amable contestación. Varias tardes sale a buscar ayuda para sus niños pobres.
A veces, al salir por la tarde de su Oratorio, va tan rendido, tan lleno de sueño, que ni sabe a donde se dirige. Se acostó muy tarde, se levantó muy de madrugada, ha trabajado mucho. Su organismo no resiste más. Entra a la humilde piecita de un zapatero y pide que lo deje sentarse en un pobre taburete a descansar. Y allí se queda dormido. Otras veces entra a una tienda solitaria y pide permiso para sentarse en un rincón y queda profundamente adormecido. La gente pasa y exclama: “Miren ese es el famoso Don Bosco“. Hay días en que duerme más de dos horas. Al despertarse llama la atención al zapatero o al dueño de la tienda: “¿Por qué no me han despertado antes?” “Ah, Padre, parecía Usted tan cansado que era un pecado despertarlo“.
Las horas siguientes las empleará escribiendo o yendo a buscar ayuda para sus obras. Las cartas que escribe en aquellas tardes son siempre salpicadas de cariño y de palabras provechosas para el alma. Jamás una palabra dura. Jamás una crítica a nadie. La más exquisita gentileza con todos. Parece un hombre de la más alta clase diplomática. Este pobrecito pastor de vacas, que a los 15 años todavía no había ido al colegio por ser tan pobre, ahora se cartea con las personas más importantes del país y muchas del exterior, y sus cartas son modelo de cultura, de bondad y de celo por el bien de las almas.
Las seis de la tarde: Los médicos le han dicho que no escriba después de esa hora por que sus ojos le arden mucho. Ordena sus papeles y vuelve a casa. Por el camino pasa por frente de la Iglesia de María Consoladora. Ah, esa Iglesia, si que le trae recuerdos afectuosos. Allí fue a llorar cuando murió Mamá Margarita, y declaró a la Virgen Santísima que Ella tenía que ser en adelante su Madre Amantísima. ¡Allí a entrado tantas veces a rezar, y nunca sus oraciones han dejado de ser escuchadas! Se arrodilla frente la imagen de María Consoladora y casi solo, en medio del vasto silencio del templo se entrega a una filial plegaria. Unos pasos más y ya está en casa.
Allí lo están esperando sus salesianos. Ellos saben que esos primeros minutos de la noche los dedica a dar dirección espiritual a sus religiosos que tanto ama, y ahí están junto a su habitación aguardando para darle cuenta de sus problemas de conciencia y recibir sus consejos que aceptan como venidos de un mensajero de Dios. Aquella es una ocasión formidable para infundir su espíritu en los que habrán de continuar su obra, y emocionarlos para esta labor dificilísima de educar a la juventud pobre. En estos coloquios con sus salesianos les va enseñando todos los secretos para lograr hacer el mayor bien posible a la juventud, al mismo tiempo que se les presenta una imagen agradable y simpática de la religión católica y de sus sacerdotes.
Las ocho. La cena en familia. Don Bosco llega puntualmente. Bendice la mesa y preside la comida. Un rato de lectura de los evangelios y de algún otro libro instructivo y agradable, y luego charla general. Hay en la casa de Don Bosco una alegría que parece explotar. –”Denle una alegría más a Nuestro Señor– les pide continuamente – denle una alegría al buen Dios estando siempre alegres y contentos“. – Y él mismo da el ejemplo. Nunca nadie lo ha visto triste, ni con el rostro de mal humor.
Van saliendo los salesianos y muchos alumnos, al patio a jugar. Pero un numeroso grupo se acerca a la mesa de Don Bosco. Lo rodean como hijos cariñosos. Para ellos este santo sacerdote es todo, después de Dios. ¡Cómo lo observan! ¡Cómo lo escuchan! ¡Hacia él no hay ningún temor!. ¡Para Don Bosco todo es cariño y simpatía!. Aquel último rato de la jornada lo pasan felices oyéndole charlas amenas y provechosas, y también contándole cada uno con toda confianza, como a un buen papá, lo que el corazón le aconseja. ¡Son ratos inolvidables!. Para toda sus vidas recordarán aquellos jóvenes los recreos pasados junto al más simpático santo moderno.
¡Las nueve! La campana pone fin al recreo. Súbitamente callan las conversaciones y los jóvenes se van a un extremo del patio a rezar las oraciones de la noche. Don Bosco se halla en medio de estos, más devoto que todos los demás. Su voz de tenor se eleva un tanto sobre el conjunto cuando rezan ciertas oraciones, especialmente el Padrenuestro, que es su oración preferida. Terminada la plegaria, lo ayudan a subirse a una tosca silla. Al verlo aparecer, sonriente, por encima de las cabezas de los ochocientos alumnos, todas las frentes se levantan, todos los ojos brillan de emoción. Luego un religioso silencio. Don Bosco va a hablar. Todos se fijan en él, y lo escuchan con perfecto recogimiento. Ese discursito de cada noche lo llama él “las buenas noches” y le ha producido maravillosos resultados durante docenas de años. Unas noches cuenta alguno de sus famosos sueños. Otras narra un hecho importante sucedido en estos días, para sacar alguna enseñanza. Algunas veces anuncia muertes que van a suceder dentro de muy poco, etc., etc.
Esta noche quiere hablar de lo que todo vieron hoy en el paseo: “Esta tarde pasamos por los campos donde están cosechando el trigo. ¿Vimos con qué alegría los campesinos recogen las gavillas de espigas llenas de granos? ¿Quieren saber que tanto recoge cada uno? Pues eso depende de lo que haya cultivado. El que cultivó poco recoge poco, y el que cultivó mucho recoge mucho. Así será en nuestra vida. ¿Quieren saber que tantos éxitos van a tener cada uno? Eso depende del esfuerzo que cada uno hace ahora por prepararse.
El que estudia y se prepara mucho, tendrá muchos éxitos, pero el que no se prepara tendrá pocos triunfos. “Buenas noches”, contesta el inmenso coro de ochocientas voces, y todos se van a sus dormitorios a descansar. Algunos vienen a despedirse personalmente del santo y a besarle la mano, señal de cariño y muy frecuente hacia los sacerdotes en Italia, y él aprovecha para dar los últimos consejos del día. Luego vienen los superiores de la casa a contarle cómo anda todo y a pedirle consejos y órdenes, y a recibir palabras de aliento que tanto necesita para esa labor tan difícil de educar niños pobres.
Son las once. El último de los salesianos se ha ido. La jornada parece terminar. Él goza plenamente a la vista de tan espléndida tarea que el Señor le ha encomendado. Si sus ojos lo permiten escribe una media hora, muchas veces al sonar la campana para levantarse está todavía escribiendo. Gustan tanto a la gente los libros que Don Bosco escribe, y ¡hacen tanto bien a las almas!.
Las once y media: Abre la puerta que da al balcón y levanta sus ojos hacia la cúpula del Templo de María Auxiliadora. Su mirada descubre allí la estatua de la Virgen Santísima, que él tanto ama. Hacia Ella se eleva el último suspiro de su fatigado corazón al terminar la jornada: “Madre querida, Virgen María: haced que yo salve el alma mía“. Eso dicen sus alumnos por consejo suyo antes de ir a descansar, y eso lo repite él mismo con fervor de santo.
Ahora a descansar. ¿Pero podrá descansar? Quizá en esta noche el cielo tenga algún importante mensaje por medio de uno de sus misteriosos sueños. De todos modos, mañana a las 4:30 ya estará en pie otra vez el gran Don Bosco, para empezar una nueva jornada por ¡el Reino de Cristo! “Descansaremos en el Paraíso”, repetía alegremente.
Ejemplo: Aplaude en honor de la Madre de Dios.
El 16 de abril de 1886 le presentaron a Don Bosco un muchacho que por un accidente había quedado con un brazo estropeado y paralítico desde hacía siete años. Don Bosco le dijo: “Levanta el brazo y aplaude en honor de la Madre de Dios”. El joven obedeció; el brazo estaba curado.
Poco después le presentaron un joven con una grave infección a las narices. Las medicinas no le hacían efecto. No podía ni siquiera asistir ya al colegio.
Se llamaba Antonio Colt. Don Bosco me sonrió -dice él mismo- me bendijo y nos recomendó empezar la novena a María Auxiliadora. A los nueve días estaba totalmente curado.
Práctica
Pediré perdón a Dios por mis pecados y trataré de portarme mejor de hoy en adelante.
Gozos
Santo que nunca desoyes a quien confiado te implora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Enséñanos la humildad con que ascendiste a esa altura donde hoy tu gloria fulgura en eterna claridad; y prodiga con ternura al que sufre y al que llora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Deslumbraste de belleza, blanco lirio inmaculado la Iglesia te ha proclamado por tu angélica pureza, de la inocencia dechado, de castidad bella aurora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
El trabajo y la oración fueron tu gloria y anhelo, siempre pensando en el cielo, donde estaba tu corazón. Torna de nuestra alma el hielo en hoguera abrasadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Dadme almas! era el clamor de tu celo prodigioso, el salvarlas fue tu gozo y llevarlas al Señor, ese era el fin poderoso de tu obra redentora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Suave apóstol de los niños, protector de su inocencia. En la tierna adolescencia colocaste tus cariños. Y cuan brillante la excelencia de tu obra educadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Lleno de firme confianza en el auxilio divino, proseguiste tu camino en Dios puesta la esperanza. Y Él siempre en tu ayuda vino con su mano protectora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De la Virgen bajo el faro colocaste tus labores; por ti, ella da sus favores y es de los hombres amparo. Envía al mundo los fulgores de esa luz consoladora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De tu obra el fundamento fue la Santa Eucaristía, pues tu alma unida vivía al Divino Sacramento. Jesús Hostia te infundía esa constancia creadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Oh Apóstol! ¡Oh Padre! ¡Oh Santo!, atiéndenos bondadoso, cambia nuestro llanto en gozo, tú que ante Dios puedes tanto, y en ti halle amparo amoroso la humanidad pecadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Se reza un Padrenuestro, Avemaría, Dios te Salve y Gloria.
Novena a San Juan Bosco: SEXTO DÍA
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Sexto
Consideración: Un sermón de Don Bosco acerca de la Virgen María
María ama a la juventud, y por lo tanto ama y bendice mucho a quienes se dedican a hacer bien a los jóvenes.
Porque Ella es Madre, y las madres se preocupan más por los hijos más pequeños que por los adultos, porque los pequeños son más inocentes; porque los jóvenes están en mayor peligro de ser engañados y ser llevados hacia los vicios.
Además los jovencitos le representan más a lo vivo a Jesús que pasó su infancia y juventud bajo sus ojos maternales.
Sabiendo pues que la Madre de Dios os ama tanto, escuchad con atención lo que os voy a decir: Si queremos gracias y favores recurramos a María, recemos a María; pero para que Ella interceda por nosotros es necesario demostrarle nuestra verdadera devoción en tres cosas: Primera evitar a toda el pecado y procura mantenerlo alejado siempre de nosotros. Nada hay que nos pueda hacer más daño y que disguste más a Nuestra Señora y a su Santísimo Hijo, que el pecado. Una vez había un joven que ofrecía a la Virgen oraciones, obras buenas y limosnas, y una noche vio en un sueño que la Virgen Santísima se le aparecía y le presentaba una bandeja con las más bellas y atrayentes frutas: manzanas, uvas, peras, etc.; pero todas cubiertas con el sucio trapo con el que se había limpiado las llagas un enfermo.
La Virgen decía: “recibe estas frutas y come”. Pero el joven le contestó: “Señora las frutas son muy hermosas, pero el trapo con que están cubiertas es tan asqueroso, que no me atrevo a recibir estas frutas porque me vomitaría”. Entonces la Reina dele Cielo le respondió: “Así son las ofrendas y oraciones que tú me ofreces: muy bellas y atrayentes, pero vienen todas cubiertas con un trapo horrible: esos pecados que sigues cometiendo y que no quieres dejar de cometer”. Al día siguiente el joven se despertó muy preocupado por este sueño, pero desde ese mismo día dejó las ocasiones de pecar y abandonó definitivamente esos pecados que tan antipática hacían su vida ante Nuestro Señor.
La segunda condición para que nuestra devoción a la Virgen sea verdadera es imitarla en sus virtudes, especialmente en su gran caridad y en su gran pureza. Una devoción a María que no consiga un mejoramiento en nuestra vida no es verdadera devoción. Si rezamos a la Virgen y seguimos en nuestros pecados como antes, puede ser que nuestra devoción sea falsa. El verdadero devoto de Nuestra Señora la imita a Ella en su amor al prójimo. María, dice la Biblia, “fue corriendo a ayudar a Isabel”, fue corriendo porque los favores hay que hacerlos pronto si hacerse de rogar. Las personas más devotas de María son siempre las que tratan con más caridad y generosidad a los demás.
Y hay una tercera condición para que nuestra devoción a la Reina Celestial sea verdadera: demostrarle con acciones externas, pequeñas pero frecuentes, el gran amor que le tenemos. Por ejemplo: llevar siempre su medalla y besar esa imagen de la Virgen al levantarse o al acostarse. Tener su estampa en el pupitre o mesa de trabajo para acordarse de Ella e invocarla. Colocar un bello cuadro de la Madre de Dios en nuestra habitación, adornar las imágenes de la Virgen en el mes de mayo. Ofrecer por Ella alguna pequeña mortificación o alguna buena obra o una pequeña limosna los sábados o las fiestas marianas. Narrar a otros los favores que María Auxiliadora ha hecho a sus devotos. La genuina devoción a la Virgen es prendediza, es contagiosa. Los que la aman le prenden a otros esta devoción. Repartir estampas o imágenes de Nuestra Señora, etc. Ella nos dice: “Si tú haces algo por mí: yo haré mucho por ti”.
Recordad siempre: en toda ocasión, en toda angustia, en toda necesidad hay que recurrir a María. Ella puede lo mismo que puede Dios, aunque lo puede de distinta manera. Dios cuando quiere algo lo hace. Y María cuando quiere algo le pide a su Hijo que es Dios, y Jesucristo que es el mejor Hijo del mundo, y que en el cielo sigue teniendo las mismas cualidades de buen hijo que tenía en la tierra, nada le niega a su Amadísima Madre. Por eso recurrir a María es señal segura de obtener todo lo que necesitamos.
Estad seguros de que todas las gracias que pidáis a esta Buena Madre os serán concedidas. Pero hay tres gracias que os recomiendo pedirle a Ella todos los días, sin cansaros nunca de pedirle porque son importantísimas para vuestra salvación: 1ra. Evitar siempre el pecado mortal y conservar la gracia de Dios. 2da. Huir siempre de toda amistad dañosa para el alma. 3ra. Conservar siempre la bella virtud de la castidad. Para obtener estas tres gracias yo he recomendado muchas veces una novena que consiste en esto: Rezar cada día tres Padrenuestros, Avemaría, gloria y tres Salves. Después de cada Gloria se dice: “Sea alabado y reverenciado en todo momento el Santísimo Sacramento”. Y después de cada Salve se dice: “María Auxiliadora de los Cristianos, rogad por nosotros”.
Hay dos alas para volar al cielo: La una es la Comunión frecuente y la otra la devoción a la Santísima Virgen. Pedidle a Ella. Madre Santa: haced que yo me enamore de vuestras virtudes. Madre Santa: ayúdame a comulgar con el debido fervor. Ella os ama infinitamente más de lo que pueden amar todas las madres terrestres. Demostradle también vuestro amor llevando una vida santa, una conducta excelente.
Y termino con un consejo que es un secreto para obtener éxitos: Cuando necesitéis alguna gracia decid muchas veces: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”. Decidlo cuando vais por la calle, cuando subís las escaleras o estáis en el patio. Decidlo en la clase, en el dormitorio, por la mañana, por la noche, siempre. Cuando os vengan a visitar, o cuando escribáis a vuestros familiares decidles: “Don Bosco os asegura que si necesitáis alguna gracia digáis muchas veces “María Auxiliadora, rogad por nosotros” y que seréis escuchados”. Y que si alguno dice muchas veces por fe esta oración y la Virgen Poderosa no lo ayuda, me comuniquen a mí esta noticia, y yo inmediatamente escribiré a San Bernardo en el cielo reclamándole que él cometió un grandísimo error cuando nos enseñó aquella oración que dice: “Acuérdate Oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno te haya invocado, sin tu auxilio recibir…” Sí, le escribiré una carta muy fuerte a ese Santo pidiéndole explicaciones.
Pero estad seguros de que no necesitaré escribir esta carta. Bromas aparte, grabad en vuestra memoria esta bella oración: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”. Para repetirla en todas las tentaciones, en todos los peligros, en toda necesidad y siempre. Mirad hace cuarenta años que vengo repitiendo a la gente que invoque a la Madre de Dios y que Ella los ayudará y les digo que si alguno reza a la Virgen y Ella no lo ayuda venga y me avise.
Pero hasta ahora ni uno solo ha venido a decirme que perdió su tiempo rezándole a Nuestra Señora. El mismo demonio ha tenido que retirarse, y ha fracasado cuando las personas empiezan a ser devotas de la Madre Celestial y ha llegado a no poder hacerles cometer pecado mortal.
Así como los latidos del corazón son señal de la vida, así el invocar frecuentemente a María Santísima es señal segura de salvación.
Ejemplo: Primer Milagro de Don Bosco para su beatificación.
Para que un difunto pueda ser declarado Beato necesita hacer dos grandes milagros que los médicos no puedan explicar. Y para que pueda ser canonizado, o sea declarado Santo, es necesario que obre otros dos grandes milagros que la ciencia médica no pueda hacer.
El primer milagro que Don Bosco hizo para su beatificación fue el siguiente.
Luisa Piovano con una enfermedad incurable y un marido que no practicaba la religión. Empieza rezar a Don Bosco. Este se le aparece en sueños y le dice: “siga rezando, siga rezando con fe”. Un día amanece totalmente sana, de buen aspecto y su marido le comunica que se ha confesado, ha comulgado y que empieza a practicar su religió y que se siente feliz por ello. Dos milagros en uno.
Y además, Sor María de San José, tenía tos continua, escupía sangre. Un tumor imposible de operar. Empieza la novena a Don Bosco. Al noveno día queda totalmente curada.
Práctica
Repetiré hoy varias veces la Jaculatoria: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”.
Gozos
Santo que nunca desoyes a quien confiado te implora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Enséñanos la humildad con que ascendiste a esa altura donde hoy tu gloria fulgura en eterna claridad; y prodiga con ternura al que sufre y al que llora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Deslumbraste de belleza, blanco lirio inmaculado la Iglesia te ha proclamado por tu angélica pureza, de la inocencia dechado, de castidad bella aurora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
El trabajo y la oración fueron tu gloria y anhelo, siempre pensando en el cielo, donde estaba tu corazón. Torna de nuestra alma el hielo en hoguera abrasadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Dadme almas! era el clamor de tu celo prodigioso, el salvarlas fue tu gozo y llevarlas al Señor, ese era el fin poderoso de tu obra redentora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Suave apóstol de los niños, protector de su inocencia. En la tierna adolescencia colocaste tus cariños. Y cuan brillante la excelencia de tu obra educadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Lleno de firme confianza en el auxilio divino, proseguiste tu camino en Dios puesta la esperanza. Y Él siempre en tu ayuda vino con su mano protectora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De la Virgen bajo el faro colocaste tus labores; por ti, ella da sus favores y es de los hombres amparo. Envía al mundo los fulgores de esa luz consoladora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De tu obra el fundamento fue la Santa Eucaristía, pues tu alma unida vivía al Divino Sacramento. Jesús Hostia te infundía esa constancia creadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Oh Apóstol! ¡Oh Padre! ¡Oh Santo!, atiéndenos bondadoso, cambia nuestro llanto en gozo, tú que ante Dios puedes tanto, y en ti halle amparo amoroso la humanidad pecadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Se reza un Padrenuestro, Avemaría, Dios te Salve y Gloria.
Novena a San Juan Bosco: SÉPTIMO DÍA
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Séptimo
Consideración: Las mortificaciones de Don Bosco
Don Bosco tomó como modelo, la vida mortificada, tanto externa como interna, del Divino Salvador, crucificando sus pasiones y sus naturales inclinaciones.
A sus alumnos recomendaba la mortificación; recordándoles que quien quiere gozar con Cristo en el cielo es necesario que sufra con él en la tierra.
Insistía especialmente en que fueran mortificados en el comer, en beber, el charlar y el dormir, diciendo que el demonio, a quienes más pecados hace cometer es a los que no hacen sacrificios.
Insistía en que se comiera con calma, sin apuros y sin excesos, recordando que la primera digestión se hace en la boca. Andaba repitiendo la frase bíblica: “El trago trae impureza”.
Solía decir: “presentadme una persona que sabe mortificarse en la comida, en la bebida, en el charlar y en el dormir, y la veréis virtuosa, cumplidora de su deber, y dispuesta a hacer el bien. Presentadme alguien que come todo lo que quiere, sin hacer sacrificio ninguno, que bebe todo lo que desea, sin mortificarse en nada, que charla y charla, y que duerme hasta que se aburre, y pronto lo veréis lleno de todos los vicios. Oh, cuántas personas se perdieron por no haber hecho sacrificios. Por eso decía San Vicente: ‘Muchas personas empiezan a trabajar por ser santas y pocas lo consiguen, porque la mayoría no sabe sacrificarse en nada. Si yo tengo un pie en el cielo, y dejo de mortificarme, todavía puedo condenarme’”.
Las palabras de Don Bosco acerca de la mortificación eran muy eficaces porque sus discípulos veían en él un modelo de mortificación en todo.
Quizá no usaba cilicio ni se daba azotes, ni tampoco ayunaba a pan y agua tres días seguidos, pero su mortificación era tan continua que se puede decir que llevaba una vida como la del más rígido ermitaño y que a cada hora portaba su cruz: fatigas, afanes, incomprensiones, dolores, etc.
Al Padre Rúa le dijo un día que desde los 26 hasta los 50 años jamás durmió más de cinco horas cada noche, y que cada semana pasaba una noche entera en vela en su escritorio. Hasta 1866 se veía la luz siempre en su pieza hasta las 11 y media de la noche, y otra vez a las 4:30 de la madrugada (A veces ya a las 3).
El que arreglaba su pieza, muchas veces encontraba la cama sin destender por la mañana y lamentándose con Don Bosco éste respondía: “Es que había tanto que hacer, que no hubo tiempo para dormir”.
Ni siquiera en el invierno más frío se quedaba en la cama hasta las 6 de la mañana.
Muchísimas veces en el crudo invierno no trabajaba en su escritorio, sin fuego, sin calentador, y parecía que la pluma fuera a caérsele de entre los dedos, de tanto frío, pero jamás se quejó del clima.
Su desayuno era un poco de café mezclado con achicoria, bebida que ciertamente no les gustaba a los demás. El pan era del común, y en cantidad tan pequeña que no quebrantaba el ayuno. Cada sábado ayunaba en honor a la Santísima Virgen.
Los primeros años de su sacerdocio la comida se hacía el domingo y duraba hasta el jueves. Cada día se recalentaba y así se servía.
Era admirable su total indiferencia por las comidas. A veces tomaba él primero la sopa. Después venía otro y al probarla la dejaba por su sabor repugnante. Y él nada había dicho. Otras veces llevaban huevos o frutas ya empezando a descomponerse, y comía sin manifestar ninguna contrariedad. Su resolución era no decir jamás: “esto me gusta” o “esto no me gusta”.
A veces la sopa estaba muy sabrosa, y él le echada un poco de agua, con la excusa de que estaba muy caliente. Comía tan parcamente que nos admirábamos que pudiera con eso mantenerse en pié. Su alimento era el estrictamente necesario para mantenerse en vida. A veces se acababa la comida y llegaba un comensal antes de que él hubiera empezado a comer. Entonces le pasaba el plato y con tal gentileza insistía, que el otro tenía que aceptar, y así se quedaba sin comida.
Al vino le mezclaba siempre buena cantidad de agua.
Pero algunos murmuraban que Don Bosco comía bien. Un día en una reunión de sacerdotes alguien dijo que Don Bosco comía como los ricos. Los demás sacerdotes lo comisionaron para que fuera personalmente a averiguar. Llegó poco antes de mediodía.
-Don Bosco: quiero que me invite a almorzar
-Muy bien, avisaré entonces a mi Madre para que prepare algo especial.
-No, no. Yo quiero comer lo que usted come.
Llegaron al comedor. Mamá Margarita se quejó de que no le hubieran avisado para prepararle algo mejor. Pasan la sopa. Don Bosco arremete con buen apetito. El padre Stellardi (que es el visitante) la prueba, hace un gesto, y no puede pasarla. Dice: “Veamos el plato de principio”. Lo pasaron. Estaba cocinado con aceite de cuarta clase. Lo olió y no se arriesgó a comerlo. Charló un rato y luego se fue a almorzar a casa de sus amigos. Pero desde aquel día nunac más pensó que Don Bosco comía como los ricos.
Casi nunca comía carne y si comía eran porciones pequeñísimas. Un día se atrevío a decir: “Me abstengo de comer carne porque temo la rebelión de la concupiscencia. Quizá otros no sean tan sensibles como yo y no necesiten tanto de esta precaución”.
Jamás tomaba bebida fuera de las horas de comida. En las interminables audiencias, cuando el cansancio y la sed, por el gran calor, lo tenían agobiado, no tomaba nada. En los grandes calores le ofrecían limonada con hielo, y graciosamente la rechazaba.
Y en su pieza no tenía nunca nada de comer o de beber. Si algo le obsequiaban lo daba inmediatamente al ecónomo para las necesidades de la casa o de los pobres, y era muy severo con quienes querían guardar en sus habitaciones bebidas o comidas. Decía que el tener a la mano estas cosas era una tentación para comer o beber fuera de hora y faltar a la mortificación.
Decía: “Estómago lleno, no sirve para tener mente despejada”.
Jamás tomó merienda en medio del almuerzo que era a la una de la tarde y la cena que era a las 8 de la noche.
Jamás hablaba de comidas o bebidas, y con su ejemplo y su palabra llevaba a los demás a evitar estos temas.
Es famoso el hecho que le sucedió en una parroquia campesina cuando estuvo confesando desde la una de la tarde hasta las once de la noche sin comer nada, y un poco antes de la media noche pasó a la cocina de la casa cural para ver si le habían dejado algo de comer. Encontró en una ollita una especie de sopa espesa y sin saber. Le echó sal y se la comió. Y al día siguiente la sirvienta estaba disgustadísima porque se le había desaparecido el engrudo que tenía preparado, y averiguando, se supo que esa había sido la cena de Don Bosco. Es que tenía su gusto tan mortificado que ya casi había perdido el estímulo por los sabores.
Era bien difícil que él recordara que platos habían dado en el almuerzo. Para él todos eran iguales.
A veces se le olvidaba comer. Días hubo en que llegó a casa a las 2 de la tarde y pasó directamente a su escritorio. Al anochecer empieza a sentir que la pluma se le cae de la mano, y la cabeza le da vueltas.
-¿Qué será? estoy débil, me siento mal
-¿Y dónde almorzaste hoy?- pregunta Mamá Margarita
-Pues en casa, ¿porqué? ¿en qué otra parte?
-No señor, acá no almorzaste. Te esperé con el almuerzo en el fogón hasta casi las dos, y entonces lo retiré.
-Ah, ha -contestaba riendo- ahí está la causa de mis desmayos- y se iba a comer algo en la cocina.
El Padre Reviglio llegó un día a las 5 de la tarde y lo encontró almorzando, y un almuerzo tan malo que le provocaba llorar.
Ejemplo: Segundo milagro de Don Bosco para su beatificación.
La hermana Provina Negro, salesiana, tenía Úlcera Incurable al estómago, no podía pasar nada y cualquier movimiento le producía terribles dolores. Rezando hizo una bolita con una estampa de Don Bosco y como pudo la hizo pasar por la garganta y se la comió. Sintió enseguida un gran alivio.
Gritó: “Estoy curada”. Se levantó y echó a andar. No volvió a sentir ninguna molestia por la úlcera y pudo desde ese momento comer de todo. Ningún médico se explicó como pudo ser eso.
Práctica
Haré algún pequeño sacrificio por amor de Dios.
Gozos
Santo que nunca desoyes a quien confiado te implora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Enséñanos la humildad con que ascendiste a esa altura donde hoy tu gloria fulgura en eterna claridad; y prodiga con ternura al que sufre y al que llora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Deslumbraste de belleza, blanco lirio inmaculado la Iglesia te ha proclamado por tu angélica pureza, de la inocencia dechado, de castidad bella aurora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
El trabajo y la oración fueron tu gloria y anhelo, siempre pensando en el cielo, donde estaba tu corazón. Torna de nuestra alma el hielo en hoguera abrasadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Dadme almas! era el clamor de tu celo prodigioso, el salvarlas fue tu gozo y llevarlas al Señor, ese era el fin poderoso de tu obra redentora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Suave apóstol de los niños, protector de su inocencia. En la tierna adolescencia colocaste tus cariños. Y cuan brillante la excelencia de tu obra educadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Lleno de firme confianza en el auxilio divino, proseguiste tu camino en Dios puesta la esperanza. Y Él siempre en tu ayuda vino con su mano protectora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De la Virgen bajo el faro colocaste tus labores; por ti, ella da sus favores y es de los hombres amparo. Envía al mundo los fulgores de esa luz consoladora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De tu obra el fundamento fue la Santa Eucaristía, pues tu alma unida vivía al Divino Sacramento. Jesús Hostia te infundía esa constancia creadora.
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Oh Apóstol! ¡Oh Padre! ¡Oh Santo!, atiéndenos bondadoso, cambia nuestro llanto en gozo, tú que ante Dios puedes tanto, y en ti halle amparo amoroso la humanidad pecadora.
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Se reza un Padrenuestro, Avemaría, Dios te Salve y Gloria
Novena a Don Bosco: OCTAVO DÍA
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Octavo
Consideración: Los sacrificios de nuestro Santo
Con el solo almuerzo duraba muchos sábados y muchos días anteriores a las grandes fiestas, hasta las 11 y media de la noche atendiendo en el confesionario. A esa hora se iba a la cocina a buscar algo (pues el desayuno en los días de fiesta era para él después de las diez de la mañana, después de confesar varias horas, celebrar y predicar) y encontraba allí arrimado algo que el cocinero le había dejado. Pero por lo general estaba ya muy salado y hecho pegotes. Y esas yerbas cocinadas no eran nada apetitosas.
Recuerdan sus discípulos cómo, con ánimo alegre, rompía las costras de esos preparados y se ponía a pescar dentro, y luego comía también las costras, sin el menor signo de disgusto y hablaba alegremente de otras cosas, sin aludir a la comida, ni a las largas horas de confesión. Un día los discípulos del santo llamaron la atención del cocinero (pobre hombre que tenía que atender con pocos ayudantes a más de 500 comensales de Don Bosco, a cual más de pobres, y de excelente apetito) acerca de esta comida tan rústica que le preparaba para los días de largas confesiones y el rudo cocinero respondió: “¿Y qué, es que Don Bosco es distinto de los demás? Él es un hombre como cualquier otro”.
Los alumnos le contaron al gran educador esta respuesta y Don Bosco respondió sonriente: “Tiene razón mi amigo el cocinero. Yo no valgo más que ningún otro, y la comida para mí tiene que ser tan pobre como para todos los demás, porque en esta casa todos somos de familias muy pobres. Y yo soy de familia más pobre que la de todos los demás. ¿Por qué me iba a tratar mejor? Muy bien por mi amigo el cocinero” (sobra decir que el rústico jefe de cocina demostró después muy fuerte tristeza por las palabras duras que dijo contra tan grande santo y benefactor).
Don Bosco era el último en acostarse, en aquella inmensa casa del Oratorio.
“Antes de ir a acostarse -día- después de haber pasado por todos los dormitorios, al mirar desde la pieza el cielo estrellado, y pensar en la majestad de Dios, y en la dicha que nos espera allá arriba y en el premio que tendremos por nuestras buenas obras, me emociono tanto que no me queda más remedio que acercarme a mi casa y…suaz!, debajo de las cobijas y a roncar se dijo” (estas salidas de humor le acompañaron toda la vida).
Ojos indiscretos lo persiguieron por muchas partes para observar su compostura, y siempre era edificante. A veces, dormido daba algún grito de emoción, y su secretario corría a su habitación. Siempre lo encontraba con los brazos junto al pecho (como esas estatuas de Santos que vemos en lso sepulcros de las catacumbas, o en algunas iglesias).
Su compostura era siempre admirable: siempre derecho, aunque estuviera arrodillado. Jamás ponía una rodilla sobre la otra (montar la pierna) ni se recostaba nunca sobre el espaldar de la silla o de la banca. Sus manos, si no escribían estaban juntas, cruzando los dedos. Fue espiado, fue sorprendido muchas veces por inoportunos que entraban sin previo aviso, y siempre su composuta tenía el máximo de modestia. Jamás se apoyaba en el brazo de otro (ya ancianito, una señora quiso llevarlo de la mano y él, jocosamente exclamó: “Señora, un granadero del año 15 -año de su nacimiento- nunca anda de la mano”)
Y las mortificaciones que recomendaba a sus alumnos eran todas de esa clase. Nada de mortificaciones que dañen la salud y traen orgullo. Pero sí esas que nadie nota y que fortalecen la voluntad y traen premio de Dios.
Fue insultado muchas veces, y nunca demostró rencor o frialdad. Fue regañado muy injustamente por ciertos superiores jerárquicos, y nadie jamás le oyó una palabra de queja o de protesta. “Si quieres que Don Bosco te trate mejor que a todos los demás, trátalo mal”, decían los jóvenes. Tal era su espíritu de perdón y de olvido de las ofensas.
En la confesión, los insectos que traían los penitentes le proporcionaban molestias, pero no las manifestaba. En verano lo asaltaban nubes de mosquitos, y mientras los demás los espantaban, él los dejaba comer tranquilos.
Al llegar al comedor tenía sus manos hechas un brote completo, de tantas picaduras. Todos notaban su mortificación en el hablar.
Era de pocas palabras. Le gustaba hacer hablar a los demás, más que hablar él mismo. Evitaba todo lo que parecía demasiado vivaz, toda palabra hiriente y cualquier cosa que pudiera significar resentimiento. Sus palabras eran muy bien pensadas y por eso tenían tanto efecto en quienes las oían. Recordaba el adagio antiguo: “Tenemos dos oídos y una sola lengua, para que gastemos el doble de tiempo en escuchar que el que empleamos en hablar”. Tenía un verdadero odio para la murmuración. Recordaba que en la Santa Biblia, San Pablo pone la murmuración en la lista de pecados, inmediatamente después de asesinato, adulterio, borrachera y robo sin hacer ninguna distinción entre estos pecados y la murmuración, señal del gran asco que Dios tiene hacia el hablar mal de los demás. A los murmuradores los hacía hábilmente cambiar de tema.
En sus labores amaba el silencio, porque le parecía que el silencio hace rendir más el trabajo y permite a la mente producir muchas ideas luminosas y recibir más claramente los mensajes de Dios.
Muchas personas vinieron a hacerle reclamos violentísimos, y con gran calma les pedía excusas por todo. Algunos quedaban desde entonces y para siempre convertidos en sus amigos. Si alguno no quería de ninguna manera desistir de sus insultos, se callaba, y no respondía nada más. A uno que se pasaba todo el tiempo hablando mal contra Don Bosco, se lo encontró en la calle y lo saludó con tanto cariño, que el otro ya no volvió a murmurar.
Recibía cartas violentísimas y las respondía con tanta humildad y mansedumbre que el ofensor quedaba convencido de que quien de tal manera le contestaba era en verdad un auténtico discípulo de Cristo.
Frenaba el natural deseo de ver y saber cosas que no le pertenecían de oficio. Aunque era gran estimador del arte, no iba a exposiciones. Sus ojos, cuando viajaba, iban bajos, se iba a pie mirando hacia el paisaje o el cielo esplendoroso, si iba en vehículo. Periódicos no leía sino cuando había noticias muy especiales. No admitía en su casa periódicos que no fueran muy serios, y a sus alumnos los preveía sobre el gran mal que les podían traer los periódicos sensacionalistas, llenándoles de falsedades. “La cabeza os devolverá lo que le hayáis llevado. Dadle ideas buenas y os dará buenas ideas. Dadle lecturas malas y os fabricará mil malos pensamientos”.
Jamás fue a funciones, a teatros o a conciertos (siendo tan gran admirador de la música y el teatro). En su colegio organizaba grandes y frecuentes funciones de teatro y de música, pero cuando los actores estaban muy elegantemente vestidos y la escena era más atrayente, lo veían los vecinos bajar la vista. Lo mismo en lo más emocionante de los juegos artificiales que preparaba para sus alumnos, bajaba la vista y hacia el sacrificio de no observar semejantes espectáculos tan agradables. (A nadie aconsejó estas penitencias pero las señalamos como una muestra de “negarse a sí mismo” que practicaba hasta en detalles que a nosotros nos parecen excepcionales).
En la moderación de sus simpatías y antipatías era heroico. Nunca nadie jamás pudo decir que Don Bosco le demostraba antipatía, como tampoco hubo alguno que pudiera asegurar que demostraba más simpatía por algunos. Ni la agradabilidad de ciertas personas, ni el ser de tal o cual familia, ni razón alguna, era capaz de hacer que demostrara más simpatía por alguna persona que por otras. Más bien practicaba el dicho de su tierra: “el buen religioso debe como los piojos: preferir a los más pobres y abandonados”.
Las dos mortificaciones que más recomendaba eran: trabajo y obediencia. “La mejor penitencia es la obediencia”, repetía a sus alumnos. Hasta poco antes de morir inculcaba a sus salesianos: “trabajad, trabajad, trabajad mucho. El día en que un religioso muera de tanto trabajar por el Reino de Dios, será un gran día de gloria para la Congregación”.
Decía que ciertas gracias sólo las había obtenido ofreciendo sacrificios extraordinarios y los que lo ayudaban notaban en él a veces ciertos movimientos raros como de algo que le atormentaba. Parece que usaba el cilicio, pero a sus discípulos jamás les permitió esta clase de penitencias. “Cumplir con el deber, soportar con paciencia los defectos de los demás, aguantar las incomodidades del tiempo y del oficio que nos corresponde, y obedecer con alegría y prontitud: esas son las penitencias que os pido en nombre del Señor. Haced a Dios el sacrificio de estar siempre alegres”.
En agosto de 1884 tuvo uno de sus famosos sueños. Allí oyó estas palabras: “Hay un gran error: creer que los únicos que tienen que hacer penitencia y sacrificios son los grandes pecadores. La penitencia y mortificación son necesarias para todos los que, deseen evitar el pecado mortal. Si San Luis Gonzaga no hubiera hecho penitencias y sacrificios, habría caído en pecado mortal”.
Y luego en diciembre de ese mismo año, 1884, oyó en un sueño que un conciliábulo de demonios estaba haciendo un plan para acabar con las comunidades religiosas, y después de proponer varios planes de ataque (por ejemplo convencerlos de que lo importante es ser muy instruídos aunque no sean piadosos ni se atrevan a enseñar religión a los demeás: hacer que sean muy exigentes y exagerados en comidas y bebidas; que tengan dinero y lo administren como se les antoje, etc.) resumieron en un sólo tema todo el secreto para combatir a los que están consagrados al Señor: “El mejor modo de acabarlos es hacer que sean inmortificados, que nunca le digan NO a los deseos del cuerpo, de su vanidad o de su egoísmo”.
Con razón le insistía él a su discípula Santa María Mazzarello: “Preguntaos frecuentemente: ‘Mi vida es de mortificación o de satisfacción’. Y según el grado en que os sepáis mortificar, podéis medir el estado de santidad que habéis conseguido”.
Ejemplo: El primer milagro de Don Bosco para su canonización.
Teresa de Callegaris sufría una artitris dolorosísima. No podía hacer el menor movimiento porque gritaba de dolor. Tenía las rodillas paralizadas. Empezó la novena a Don Bosco. Una noche sintió que el buen sacerdote se presentaba en la sala del hospital y le decía: “Levántse y eche a andar”. Ella le obedeció y pudo andar perfectamente. Al día siguiente se paseaba por todo el hospital completamente sana, ante la admiración de todos los que la habían oído gritar cada vez que trataba de hacer algún pequeño movimiento.
Práctica
Trataré de conservarme alegre en mis sufrimientos, ofreciendo a Dios todo lo que tenga que sufrir.
Gozos
Santo que nunca desoyes a quien confiado te implora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Enséñanos la humildad con que ascendiste a esa altura donde hoy tu gloria fulgura en eterna claridad; y prodiga con ternura al que sufre y al que llora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Deslumbraste de belleza, blanco lirio inmaculado la Iglesia te ha proclamado por tu angélica pureza, de la inocencia dechado, de castidad bella aurora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
El trabajo y la oración fueron tu gloria y anhelo, siempre pensando en el cielo, donde estaba tu corazón. Torna de nuestra alma el hielo en hoguera abrasadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Dadme almas! era el clamor de tu celo prodigioso, el salvarlas fue tu gozo y llevarlas al Señor, ese era el fin poderoso de tu obra redentora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Suave apóstol de los niños, protector de su inocencia. En la tierna adolescencia colocaste tus cariños. Y cuan brillante la excelencia de tu obra educadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Lleno de firme confianza en el auxilio divino, proseguiste tu camino en Dios puesta la esperanza. Y Él siempre en tu ayuda vino con su mano protectora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De la Virgen bajo el faro colocaste tus labores; por ti, ella da sus favores y es de los hombres amparo. Envía al mundo los fulgores de esa luz consoladora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De tu obra el fundamento fue la Santa Eucaristía, pues tu alma unida vivía al Divino Sacramento. Jesús Hostia te infundía esa constancia creadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Oh Apóstol! ¡Oh Padre! ¡Oh Santo!, atiéndenos bondadoso, cambia nuestro llanto en gozo, tú que ante Dios puedes tanto, y en ti halle amparo amoroso la humanidad pecadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Se reza un Padrenuestro, Avemaría, Dios te Salve y Gloria
Novena a San Juan Bosco: NOVENO DÍA
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Noveno
Consideración: La muerte de Don Bosco
Su salud va decayendo cada día más. Tiene 72 años. Su organismo está totalmente desgastado de tanto trabajar. Durante 40 años un continuo dolor de cabeza (que a veces parece que me ha va hacer saltar la tapa del cráneo, tan violento es- dice Don Bosco), lo atormenta. Pero nadie lo sabe, sólo su médico. Un dolor agudísimo en un ojo lo ha hecho sufrir lo indecible durante 30 años, hasta que ha perdido el ojo, pero nadie, fuera de sus más íntimos amigos, lo ha sabido. Nunca los dolores han hecho desaparecer la sonrisa de sus labios ni la alegría de su corazón. Desde su primer año de sacerdote (y ya lleva 47 de ordenado) adquirió, por confesar en una cárcel inmunda, un brote molestísimo por toda su piel, pero nunca ha demostrado impaciencia por las torturas que esto le propicia. Una protuberancia dolorosa en la espalda le hace sufrir mucho mientras confiesa y sin embargo pasa 10 o 12 horas seguidas confesando, y sólo se nota que sufre, por algunos movimientos involuntarios que a veces tiene. Sólo a la hora de su muerte, al cambiarlo de ropa, vinieron a notarlo. Nunca habló de ella ni se quejó lo más mínimo.
Jamás nadie, al verlo siempre tan alegre, hubiera creído que sufría tanto. Sus dolores de muelas eran tan desesperantes que a veces algunos jóvenes le pidieron que les pasara entre ellos ese dolor mientras predicaba y sufrieron tanto, tantísimo en ese rato, que creyeron enloquecer. Y él los aguantaba con la calma más admirable, todo por el reino de Dios y la salvación de las almas de sus discípulos a quienes tanto amaba.
Pero ya al final de 1887 su organismo no es capaz de resistir más. Tiene el hígado atascado. Los riñones en condiciones desastrosas; los pulmones deshechos, y la parálisis bloquea sus piernas (ya desde 20 años atrás venía sufriendo de hinchazón y dolores en las piernas, y así con ese martirio tenía que estarse horas y horas ante la puerta de la oficina de l os Ministros de gobierno para obtener algunas ayudas para los niños pobres).
El médico declara: “El cuerpo de Don Bosco es como una máquina a la cual han hecho trabajar sin descanso día y noche por años y años. Ya no hay nada que pueda curarlo. No muere de enfermedades. Muere de desgaste total por tanto trabajar”.
El 20 de diciembre de 1887 escribe sus últimos mensajes. Toma unas estampas de María Auxiliadora (las estampas que siempre repartía en todas partes) y escribe en ellas los siguientes pensamientos para que sean enviados a sus discípulos y amigos.
“Haced pronto muchas obras buenas, porque después puede faltaros tiempo para hacerlas”.
“Si hacemos el bien, obtendremos bienes en esta vida y premio en la eternidad”.
“El más grande enemigo de Dios es el pecado”.
“Oh María: sé la salvación del alma mía”.
“Al final de la vida se recoge el fruto de las buenas obras”.
“Los jóvenes son los preferidos de Dios y de la Virgen María”.
“Quien salva el alma, salva todo. Quien pierde su alma, lo pierde todo”.
“Quien ayuda a los pobres, será generosamente recompensado en el tribunal de Dios”.
“Qué grande recompensa tendremos por todo el bien que hayamos hecho en la vida”.
El 29 de diciembre de 1887 manda llamar a sus dos más íntimos amigos: El Padre Rúa y Monseñor Cagliero y les dice: “Escribid para todos mis discípulos del mundo esta recomendación mía: ‘Amaos siempre como hermanos, ayudaos unos a otros, soportaos vuestros defectos fraternalmente’”.
Ninguna preocupación terrena lo preocupa. Está desprendido de todo. Al Padre Biglieti, su secretario, le dice: “Busca en los bolsillos de mi sotana. Saca la cartera a ver si hay algún dinero. Creo que no hay nada, pero si hay algo se lo darás inmediatamente al ecónomo. Quiero que se sepa que Don Bosco nació pobre y murió sin un centavo”.
Puede partir tranquilo. Deja la comunidad salesiana en manos de su más fiel y santo discípulo: el padre Miguel Rúa. Son 768 salesianos y 267 novicios. En Europa, 38 colegios para niños pobres y en América 26, todos dirigidos admirablemente por los religiosos que él ha formado. A la iglesia católica le ha conseguido en sus 47 años de sacerdocio más de 6000 sacerdotes. Ha obrado más de 800 milagros (par ala causa de canonización la Iglesia aceptó 650, de dichos milagros) como Jesús, ha pasado su vida haciendo el bien.
El 2 de diciembre celebra su última misa (en adelante sólo puede asistir a la Santa Misa y comulgar). El 6 de diciembre va por última vez a su queridísima Iglesia: el Santuario de María Auxiliadora, que con tanta fe y tanto sacrificio y amor ha levantado en honor de la Reina del Cielo. Asiste a la despedida de los misioneros que salen para el Ecuador. Es la 12va. expedición de Misioneros que Don Bosco envía a tierras de América. No les puede hablar en voz alta pero desde su sillón de enfermo asiste al sermón que su delegado les dirige. Luego todos los misioneros pasan junto a él y arrodillándose le besan las manos llorando, antes de partir para las lejanas tierras. Con emoción les recomienda: “Propagad la devoción a la Santísima Virgen en esas tierras. Si supiereis cuántas almas quiere ganar María Auxiliadora para el cielo por medio de los salesianos”.
El 29 de enero (fiesta de su gran amigo San Francisco de Sales) recibe por última vez la Sagrada Comunión. Ya ha dado sus últimas recomendaciones: “Decid a todos que trabajen mucho. El trabajo y la templanza harán florecer a la Congregación. Propagad siempre y en todas partes la Devoción a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora. Tened gran obediencia al Santo Padre el Papa. Tratad bien a todos, hasta a los más humildes. Os espero a todos en el Paraíso”. En su habitación se reúnen los salesianos llenos de angustia profunda.
El santo ha caído en un sopor del cual no sale sino cuando le hablan del Paraíso. Cuando la campana de la torre da el toque del Ángelus, sus salesianos lo invitan a rezar a la Virgen, y se le oye recitar en voz baja: “Jesús, María, os doy el corazón y el alma mía…Madre, ábreme las puertas del Paraíso”. La parálisis se extiende hora por hora.
Los principales periódicos del mundo han enviado a sus corresponsales y publican cada día los boletines acerca de la salud del santo.
El Papa León XIII pregunta cada mañana a su secretario: “¿Y Don Bosco cómo amaneció?”. Le envía una bendición especialísima.
El Cardenal de Turín viene cada día a visitarlo. Miles de personas oran por él.
Al verlo sufrir tanto (en ninguna posición en la cama logra descansar; en todas sufre muchísimo) alguien le dice al oído: “Don Bosco recuerde los sufrimientos de Jesús en la cruz y ofrézcale a él sus sufrimientos”
-Si, sí -responde- eso procuro hacer siempre.
Monseñor Cagliero le administra la Extremaunción o Unción de los Enfermos. Es una escena emocionante. Todos lloran. Don Bosco parece un ángel. Monseñor Cagliero no es capaz de contenerse y estalla también en llanto.
Le dice al oído que le ha llegado la bendición del Santo Padre. Esto lo consuela mucho.
El 30 de enero de 1888 Don Bosco entra en agonía. Los médicos dicen que dentro de pocas horas partirá para la eternidad. La noticia corre como un rayo. Todos los religiosos y todos los alumnos del inmenso plantel quieren despedirse de su amadísimo educador. Van desfilando junto a su cama de enfermo y cada uno estampa un beso cálido en su mano semiparalizada. Son más de ochocientos. Toda la tarde están desfilando.
Por la noche, su más grande y fiel amigo, el Padre Rúa, se arrodilla junto a él y le dice al oído: “Don Bosco…aquí estamos sus hijos, sus discípulos a quienes tanto amó. Le pedimos perdón por todos los disgustos que le hemos dado, por todo lo que ha tenido que sufrir por nuestra culpa. En señal de su perdón total, yo le guiaré su mano para que nos dé su bendición” y le fue llevando la mano hasta trazar la cruz de bendición sobre todos sus discípulos y amigos.
Enero 31 de 1888: Son las 4:30 de la madrugada. Los salesianos rodean el lecho de su fundador. Don Belmonte al sentir que ha cesado el estertor que duraba ya hora y media y que por un instante la respiración se ha tornado regular y tranquila, exclama: “Don Bosco se muere”. Todos caen de rodillas, Monseñor Cagliero reza: “Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía. Jesús, José y María, expire en vuestros brazos y en paz el alma mía”.
El moribundo lanza tres suspiros y su corazón deja de palpitar. Don Bosco había muerto. Tenía 72 años, 5 meses y 15 días. El reloj señalaba las 4:45 del día 31 de enero de 1888.
La noticia apareció en todos los periódicos importantes del mundo (hasta en los de Colombia). Los diarios de Turín tuvieron que hacer tres y más ediciones en ese día y era tanta la gente que quería saber datos acerca del gran santo que quien conseguía el periódico lo leía en voz alta para todos los que lo rodeaban, en plazas, calles y mercados.
Toda la gran ciudad se dirigió hasta el sitio donde Don Bosco acababa de morir. Más de 40,000 personas desfilan aquel día ante el cadáver. Toda la noche estuvo también la iglesia abierta porque era tanta la gente que quería despedirse de él que a ninguna hora se pudieron cerrar las puertas del templo.
El cadáver revestido de los ornamentos para celebrar misa fue colocado sentado en un sillón. Allí mismo aquel día se obraron varias curaciones milagrosas.
El Padre Rúa al comunicar la muerte de su gran amigo exclamó: “Hemos perdido un padre en la tierra pero hemos ganado un intercesor en el cielo”. Y así fue. Los milagros empezaron a multiplicarse de una manera que nadie lo había previsto.
El entierro fue el 3 de febrero (desde el 31 había estado el cadáver expuesto a la veneración continua del público que llegaba de todas partes).
Más de cien mil personas acudieron a ver pasar la humilde carroza que llevaba a su última morada al amigo de los pobres y de los niños. Ese hijo del pueblo y bienhechor del pueblo, recibió dele pueblo una conmovedora demostración de veneración, de cariño y gratitud en ese día.
Cerca de 20,000 fieles escoltaron la carroza fúnebre en su largo recorrido. Desde los más ricos señores de la capital hasta los más pobres lustrabotas de los barrios alejados quisieron acompañarlo. Obispos y larguísimas filas de sacerdotes iba precediendo los funerales. El cadáver fue depositado en las afueras de la ciudad; en un colegio salesiano llamado Valsálice, y allí permaneció hasta que el Papa Pío XI lo declaró Santo.
Desde entonces reposa en el bellísimo altar en la Basílica de Turín, donde peregrinos del mundo entero van a visitarlo, y obtienen de su poderosa intercesión los más variados favores del cielo.
Ejemplo: El segundo milagro de Don Bosco para la canonización.
Ana Maccolini tenía flebitis. Una pierna enormemente hinchada, le era imposible moverla. Por arteriosclerosis estaban en peligro de morir por gangrena en la pierna enferma. Dos médicos declararon que ya no tenía curación. La enferma tomó una reliquia de Don Bosco (una tela que le había pertenecido al Santo Sacerdote) y se la colocó en la pierna enferma. Inmediatamente la pierna quedó curada, desapareció la hinchazón y Ana pudo moverse con toda facilidad.
Práctica
Haré que otras personas conozcan a San Juan Bosco. Para ello repartiré novenas o biografías suyas.
Gozos
Santo que nunca desoyes a quien confiado te implora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Enséñanos la humildad con que ascendiste a esa altura donde hoy tu gloria fulgura en eterna claridad; y prodiga con ternura al que sufre y al que llora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Deslumbraste de belleza, blanco lirio inmaculado la Iglesia te ha proclamado por tu angélica pureza, de la inocencia dechado, de castidad bella aurora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
El trabajo y la oración fueron tu gloria y anhelo, siempre pensando en el cielo, donde estaba tu corazón. Torna de nuestra alma el hielo en hoguera abrasadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Dadme almas! era el clamor de tu celo prodigioso, el salvarlas fue tu gozo y llevarlas al Señor, ese era el fin poderoso de tu obra redentora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Suave apóstol de los niños, protector de su inocencia. En la tierna adolescencia colocaste tus cariños. Y cuan brillante la excelencia de tu obra educadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Lleno de firme confianza en el auxilio divino, proseguiste tu camino en Dios puesta la esperanza. Y Él siempre en tu ayuda vino con su mano protectora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De la Virgen bajo el faro colocaste tus labores; por ti, ella da sus favores y es de los hombres amparo. Envía al mundo los fulgores de esa luz consoladora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
De tu obra el fundamento fue la Santa Eucaristía, pues tu alma unida vivía al Divino Sacramento. Jesús Hostia te infundía esa constancia creadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
¡Oh Apóstol! ¡Oh Padre! ¡Oh Santo!, atiéndenos bondadoso, cambia nuestro llanto en gozo, tú que ante Dios puedes tanto, y en ti halle amparo amoroso la humanidad pecadora
Ruega, Padre, por nosotros a María Auxiliadora.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Se reza un Padrenuestro, Avemaría, Dios te Salve y Gloria
fuente: www.salesianos.org.py
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