San José, el hombre en el que confía el Cielo
La Carta «Patris corde» de Francisco enriquece el Magisterio de los Papas sobre la figura de san José. Desde finales del siglo XIX hasta hoy los Pontífices han ofrecido hermosas y contundentes páginas que profundizan el misterio del «hombre en la sombra».
Alessandro de Carolis – Ciudad del Vaticano
El «reto» se renueva cada día desde hace 40 años. Reza las laudes y luego, aquella antigua oración encontrada en un libro de devoción francés del siglo XIX. El destinatario de ese «cierto reto» cotidiano es san José porque, después de haberle confiado todo, «situaciones tan graves y difíciles», esa vieja plegaria termina así: «Que no se diga que te haya invocado en vano «. El Papa Francisco revela esta costumbre suya en una breve nota en la mitad de la Carta Patris corde, un texto que trae a la memoria de la Iglesia lo que hizo Pío IX el día de la Inmaculada Concepción en 1870, cuando proclamó a san José Patrón de la Iglesia Universal.
Un vínculo estrecho
La anécdota confirma y enriquece la predilección de Francisco por la figura del esposo de María. Una familiaridad ya conocida por la costumbre -narrada durante el viaje a Manila- de poner bajo la estatuilla del «José dormido» que conserva en su oficina en la Casa de Santa Marta, un pequeño papel con sus preocupaciones escritas en él. El «hombre inadvertido», que acoge el misterio y se pone al servicio de él permaneciendo «descentrado», es también el que resuelve las cosas imposibles y en la Patris corde el Papa elige describir las muchas cualidades que hacen de José un verdadero padre y esposo, el novio prometido que “acogió a María sin poner condiciones previas» y el hombre en el que «Jesús vio la ternura de Dios».
Nombres para un Papa
Pero el de Francisco es, por así decirlo, la última piedra en el tiempo de un mosaico de admiración que la Iglesia ha construido a lo largo de los siglos para hacer evidentes los méritos de una gran alma esculpida en y desde el silencio. Han sido los Papas quienes han contribuido con páginas y de corazón a completar esta narración, comenzando con Sixto V que a finales del siglo XV fijó la fecha de la fiesta en el 19 de marzo. A partir de Pío IX, y sobre todo durante los pontificados del siglo XX, el Magisterio encendió nuevas luces sobre el «hombre en la sombra», cuyo nombre nunca ha sido elegido por un Pontífice, aunque en los últimos decenios se convirtió casi en una constante en el nombre de bautismo de los que ascendieron al pontificado, Pío X (José Melchor Sarto), Juan XXIII (Ángel José Roncalli), Juan Pablo II (Carlos José Wojtyla), Benedicto XVI (José Ratzinger). Francisco no lleva el nombre de José, pero celebró la misa del inicio de su ministerio el 19 de marzo, es decir, manifestó un vínculo diferente, pero con la misma cercanía.
El santo de quienes trabajan
El 1 de mayo de 1955 fue domingo y una multitud de obreros llenó la plaza de San Pedro. Estaban los miembros de la Asociación Cristiana de Trabajadores Italianos (ACLI) y muchos de ellos recordaban el encuentro con Pío XII diez años antes, que había tenido lugar el 13 de marzo de 1945, un mes y medio antes del final de una guerra que había desgarrado profundamente a Italia. Pero para entonces había un país que crecía impetuosamente, el «boom» no estaba lejos, pero entre las filas de los católicos italianos el Papa Pacelli reconoció a los «decepcionados», aquellos que se quejaban de la falta de fuerza de la presencia cristiana «en la vida pública», mientras que la ideología socialista parecía ser la dominante. El Papa Pío XII pronunció un enérgico discurso y recordó a la ACLI su identidad para que se comprometieran con la «paz social» y al final, casi como un giro, el «regalo» que sorprendió y entusiasmó:
«Para que este significado esté presente para vosotros (…) nos complace anunciaros Nuestra determinación de instituir -como de hecho instituimos- la fiesta litúrgica de San José Obrero, asignándole precisamente el día 1 de mayo. ¿Agradecéis, queridos obreros y obreras, a este regalo Nuestro? Estamos seguros de que sí, porque el humilde artesano de Nazaret no sólo personifica ante Dios y la Santa Iglesia la dignidad del trabajador esforzado, sino que también al custodio providente de vosotros y de vuestras familias».
«Papa José» no se puede
Cuatro años más tarde la Iglesia comenzó a ser conducida por un hombre al que le hubiera gustado llamarse «Papa José». Pero renunció a ello porque, dijo, «esto no es habitual entre los Papas», pero la explicación traiciona la nostalgia y revela el fuerte apego de Juan XXIII a san José. La ocasión fue la reunión que el Papa Roncalli celebró el 19 de marzo de 1959 con un grupo de personas a cargo de la limpieza urbana. Al año siguiente, en un mensaje de radio del 1 de mayo de 1960, el «Papa bueno» concluyó con una oración a san José Obrero:
“Haz también que tus protegidos comprendan que no están solos en su trabajo sino que vean a Jesús junto a ellos; acógelos con tu gracia, protégelos fielmente como tú hiciste. Y obtén que en cada familia, en cada oficina, en cada laboratorio, donde quiera que trabaje un cristiano, sea todo santificado en la caridad, en la paciencia, en la justicia, en la prosecución del bien obrar para que desciendan abundantes los dones de la celestial predilección”.
El hombre de los riesgos
Pablo VI tampoco tomó el nombre de José, pero de 1963 a 1969 no hubo año en que no celebrara una misa en la Solemnidad del 19 de marzo. Cada homilía se convirtió así en un trazo de un retrato personal en el que el Papa Montini se mostró fascinado por la «completa, sumisa dedicación» de José a su misión, por el hombre «quizás tímido», pero dotado «de una grandeza sobrehumana que encanta». Y eso no lo hizo retroceder a pesar de que aceptar una novia como María y un hijo como Jesús significaba ser un extraño entre los hombres de su tiempo. Decía en una homilía en 1969:
«Un hombre, por lo tanto, san José, “comprometido”, como se dice ahora, con María, la elegida entre todas las mujeres de la tierra y de la historia, siempre su esposa virgen, no ya físicamente su mujer, y con Jesús, en virtud de la descendencia legal, no natural, su prole. Para él las cargas, las responsabilidades, los riesgos, las preocupaciones de la pequeña y singular Sagrada Familia. Para él el servicio, para él el trabajo, para él el sacrificio, en la penumbra del cuadro evangélico, en el que nos gusta contemplarlo, y ciertamente corresponde, ahora que lo sabemos todo, llamarlo feliz, bendito. Esto es el Evangelio. En él los valores de la existencia humana toman una medida diferente a la que solemos apreciarlos: aquí lo pequeño se convierte en grande».
El esposo sublime
En 26 años de su pontificado, Juan Pablo II aprovechó una infinidad de ocasiones para hablar de san José, a quien, según relató, rezaba intensamente todos los días. Esta devoción se resume en el documento que le dedicó el 15 de agosto de 1989, día de la publicación de la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, escrita 100 años después de la Quamquam Pluries de León XIII. En el documento, el Papa Wojtyla examinó la vida de José en cada uno de sus actos y, sensible a los aspectos del matrimonio cristiano, ofreció una lectura profunda de la relación entre los dos cónyuges de Nazaret. Es decir, de la «gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio», que retomó en una audiencia general en 1996, revirtiendo un falso mito:
“La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María”.
Interioridad robusta
Del hombre al que Mateo llama «justo» en el Evangelio, el Patrono de la Iglesia Universal, de los trabajadores y de una infinidad de ciudades y lugares, no se conocen palabras, sino sólo silencios. Estos, por lo tanto, deben ser entendidos como palabras y pensamientos. En esta aparente ausencia Benedicto XVI también se adentra y extrae la riqueza de una vida completa, de un hombre que desde el trasfondo -dice en un Angelus de 2005-, con su ejemplo sin aspavientos, afectará el crecimiento de Jesús el hombre-Dios:
“Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios […] un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia. No se exagera si se piensa que, precisamente de su «padre» José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la «justicia superior», que él un día enseñará a sus discípulos”.
fuente: vaticannews.va
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